Vivimos en ciudades, en grandes ciudades, ciudades medianas, ciudades pequeñas, ciudadinas.
Vivimos y trabajamos en ciudades, contribuimos con nuestro quehacer, día a día, a la construcción de esa compleja red de actividades y procesos que son nuestras ciudades.
En general parecemos estar de acuerdo en que nos gustan los barrios antiguos, el “casco viejo” que decimos por aquí. Por la compacidad de su tejido, por esa componente laberíntica, imprevisible, mágica, que en realidad solo refleja el conocimiento y necesidad de adaptación al entorno de aquellos que los construyeron. Nos gustan los barrios antiguos porque en ellos se aglutina vivienda, actividad comercial, bares y restaurantes en un ambiente único, a escala del peatón.
También solemos convenir en que los barrios nuevos, los que nos han construido urbanistas y arquitectos en el siglo XX, carecen de esa magia, de esa humanidad o humanización. Es cierto que en general cumplen bien ciertas funciones, aunque separadas, sectorizadas, zonificadas. Y es cierto que el automóvil se encuentra más a gusto en estos distritos. Pero hay una sensación en estos distritos de perdida, de frialdad, de ausencia de toda noción de comunidad. Un desapego en los habitantes de que no se produce en barrios más antiguos.
Entre estos dos polos se encuentra nuestra ciudad de hoy, pero ¿como esperamos que sea la ciudad de mañana?
La ciudad de mañana es la que estamos construyendo hoy, y mi sensación es que se sigue planeando y pensando la ciudad del XXI como se planeó la del XX, tal vez desde criterios menos sociales y a través de operaciones de recalcificación que substituyen la compacidad tradicional por desarrollos difusos que invaden todo el territorio.
En fin, mi pregunta es: ¿como debería ser la ciudad del 21? Continue reading