Felipe Delmont nos habla de su teroría del paisaje.
hace la travesía desde la ciudad mortífera, a través de la ciudad de los flujos, hasta su ciudad de los caminos cortos.
No se trata de una teoria de la academia, sino de una teoría de la experiencia en tiempos de cambio, en clave casi poética, leida dentro del marco de las jornadas del paisaje organizadas por el Observatorio del paisaje de Cataluña.
Una refelxión entorno al hecho del vertiginoso aumento del CO2 en la atmósfera, una situación grave, cuya reversión puede llevar entre 25 o 30 años SI empezamos YA.
La ciudad mortífera, compacta, tradicional, donde se permitía el movimiento a pie, donde todo estaba cerca y todo estaba cerca del rio o el mar o el campo, y así la ciudad crecía asumiéndolos.
La ciudad donde la calle era lugar de encuentro más que de paso.
La ciudad sin embargo mortífera, infierno fétido de enfermedades…..
La ciudad de los flujos, esa ciudad en derrame continuo, ese cáncer de los flujos, la desconexión de las realidades debida a la zonificación, la mirada siempre adelante, sin parar a mirar a los lados, mucho menos a lo que dejamos atrás. Hace apenas un siglo que la ciudad se desbocó…
Nuestra moderna ciudad de los flujos´la que permite que hoy en día el transporte y la construcción representen más de las 3/4 partes del calentamiento global permite ahora también que ricos y pobres nos veamos obligados a asumir juntos la necesidad de reducir la construcción, reducir los desplazamientos.
Delmont nos espeta que el coche eléctrico, las placas voltaicas, etc. representan para él un cambiarlo todo para no cambiar nada. La ciudad de los flujos, la que consume petróleo ávidamente está herida de muerte.
La ciudad de los caminos cortos es pues su propuesta, la ciudad al paso, a distancia de peatón, de bicicleta, densa, compacta e intensa, sin segregación, donde se sirve, se goza, se trabaja.
Espacios densos con límites francos, pues ya se terminaron los tiempos del no man’s land, la ciudad perceptible, atravesada por la naturaleza.
La ciudad patrimonio de todos, hiperconectada, diversa, mixta, activada la economía en todo su tejido, multiplicados los nodos, revitalizada la calle como medio de relación, mediante empresas autóctonas que se apoyan en las raices y lazos sociales, que las nutren. Una economía informal en la que el comportamiento económico de la ciudad decide su existencia misma.
La pregunta es como mínimo provocadora, por lo que lleva implícito: ¿Qué economía es mejor a efectos de sostenibilidad? La Formal o la informal?
Delmont nos propone pues recontener la ciudad, sin murallas pero con límites francos. Y nos habla entonces del paisaje.
El paisaje, que es memoria y recurso, evocación y significado, un patrimonio del habitante, que debe ser salvaguardado democráticamente. Que antes debe ser visto y percibido, no solo desde el punto de vista del que lo vive, también desde el punto de vista del que lo mira.
y advierte contra la contaminación mental que aúna desarrollo como sinónimo de progreso. El paisaje es un organismo vivo y cambiante, y hay que cuidarlo de manera no cerrada, sino abierta, en beneficio de sus habitantes, descifrando en cada caso la noción que se tiene de la natutaleza: hay distintas maneras de tratar y gestionar el paisaje, con soluciones locales adaptadas a la cultura y al habitante, pues el paisaje es también medio de vida.
Evitar a la vez la paradoja del habitante desvalorizado por el visitante que lo valoriza.
Felipe Delmont no quiere pensar en su trabajo términos de solidaridad, prefiere entenderlo como una cooperación con intereses comunes; afirma que hay que acompañar, porque ya todo está sucediendo, y “ustedes se están volviendo un peligro para mi, y yo un peligro para ustedes”
Para él, las única soluciones son locales, las que apaciguan la problemática in situ….